NARRATIVA: Rodrigo Carreón
El territorio que transformamos con la arquitectura es poderoso en muchos sentidos.

Por un lado sostiene nuestra actividad humana y nuestras intervenciones en él para volverlo más hospitalario y adecuado; por otro, nos provee la materia con la cual construimos, de la que nos alimentamos, con la que entramos en calor; y quizá el menos evidente, es que ese pedazo de tierra en el que nos instalamos es una fuente inagotable de inspiración para nuestro quehacer personal, espiritual o intelectual. Nos ordena, nos direcciona, y en muchas ocasiones nos da las pautas más poderosas para el diseño de vivir.

Cuando la arquitectura entiende esas directrices, se vuelve entonces un complemento de ese contexto. Uno que dialoga, responde y reciproca con esa tierra sobre la que se instala.

El campo jalisciense tiene dos paisajes primordiales. Por un lado la pradera vasta e inacabable que se extiende como un mar de olas inmóviles coloreadas de verde y tonos tierra; y por el otro el bosque de coníferas denso y enmarañado que genera un continuo espacial de elementos heterogéneos diversos en perfecta armonía el uno con el otro.

Dos realidades que pueden atrapar el tiempo de maneras muy distintas pero muy certeras, porque mientras el primero puede detonar en nosotros una sensación un tanto ilusoria de ser los dueños del paisaje, el segundo invariablemente nos posee, nos introduce en él, atrapándonos en ese tejido de árboles, hojarasca, cachos de cielo y trinos distantes.

Aquí somos servidores humildes de esta tierra; visitantes de un contexto que no podemos poseer sin destruir.

Comprender esta vastedad, esta relevancia del contexto, es fundamental en Izel 11.

Atípico en múltiples sentidos, Izel 11 se yergue como un dispositivo cuasi maquinal para habitar ese bosque permitiendo que el bosque, a su vez, habite en él.

Un artefacto de arquitectura en forma de anillo resultante por un lado del área circular estipulada por la reglamentación del desarrollo, que persigue el menor impacto para el bosque, y por el otro lado, y más importantemente, porque tras un análisis consciente de los emplazamientos posibles, la forma que permitía la preservación de los árboles existentes, eliminando solamente 2, era coincidentemente un aro.

El aro es además una forma lúdica muy natural. Es el recorrido que no tiene principio ni fin; es la manera instintiva en la que corremos en la infancia; y es también la manera más clara de contener al espacio, de compartir con los otros, de cohesionar la materia, de conservar. La abstracción bidimensional de las formas más fundamentales como las células o los planetas y sus recorridos.

Visto desde arriba, Izel 11 es un gran círculo que se abre en dos de sus cuadrantes. Uno para permitir que el bosque entre a su centro, y el otro no completamente seccionado, para abrir paso al visitante a ese circuito que revoluciona alrededor de un espacio central que no es otra cosa más que un pedazo de ese bosque que se torna doméstico, propio e íntimo.

Esta delimitación comienza con un anillo de concreto aparente que se sienta sobre la tierra y que busca asimilarse a la textura rugosa de las grandes piedras existentes en la zona cercana al pueblo de Tapalpa. Como una gran roca hueca y anular, el cuerpo de concreto se inserta en la ladera - o quizá se extruye desde ésta generando el cimiento, los muros y el techo para la planta baja, semienterrada. Sobre éste se levantan unas columnas de acero recubiertas con madera que soportan la viguería de pino que cubre la planta alta. Madera tratada con un proceso de cobre y sales para hacerla resistente a hongos e insectos, y posteriormente recubierta con un aceite protector en tono negro para protegerla del intemperismo

El cuerpo superior de madera se corona con una techumbre de placas metálicas también negras que se adaptan como escamas a la forma cóncava resultante de la viguería radial y de la inclinación hacia el hueco central para que la misma cubierta sirva como un colector de agua pluvial.

En el cuerpo de madera superior yacen 5 habitaciones organizadas también de manera radial en torno al pasillo que las conecta y que corre por la parte más interior del aro, empujando las habitaciones hacia afuera. Cada una de éstas está pensada como un habitáculo familiar con un pequeño tapanco que aprovecha la altura para albergar a una familia completa. Todas virtualmente con la misma vista hacia el bosque potenciada por la circularidad y por la verticalidad obtenida de la inclinación descendente de las vigas hacia el centro.

La habitación principal, ligeramente más grande que las demás, conecta con una terraza alargada posicionada en el punto donde el cuerpo de madera se interrumpe para abrir camino - visual y simbólico - al bosque; y del cual sobresale un gran roble que perfora el anillo de concreto.

En planta alta, un estar familiar de actividades lúdicas y un gimnasio completan el programa, mientras que en planta baja toman su lugar la terraza y la estancia en el claro más amplio que se abre lateralmente en el cuerpo de concreto, junto con una sexta habitación y las zonas de servicio. Una cava oculta a la cual se desciende por una escalera de caracol desde la planta alta se posiciona en la parte más cerrada del anillo

El pasillo que comienza en la puerta de ingreso, la única pieza en el color natural de la madera, se convierte de manera suave y ligera en una escalera lineal que desciende desde el estar familiar y las habitaciones secundarias al espacio de terraza y estancia, y vuelve a subir mediante una segunda escalera metálica e igualmente lineal, hacia la habitación principal y el gimnasio, atrapando la circulación inicial en la puerta de ingreso y completando el círculo infinito alrededor del cual transcurre la casa, siempre en contacto con el centro.

La casa revoluciona en torno a este hueco central. Una suerte de jardín secreto que se separa del resto del bosque, y que desciende junto con él revelando la materialidad del metal, la madera y el concreto. El Hortus Conclusus que se inserta en este contexto dándole sentido al continuo interminable. Un resquicio puntual bajo los árboles, delimitado por el círculo, y liberado hacia el cielo que es el único elemento que sobresale del continuo forestal. Espacio cuyo único programa es un fogatero y una terraza a cielo abierto. Un lugar para recostarse sobre el pasto, compartir la mesa con los demás, o contemplar el fuego rodeado por el abrazo de la misma casa.

De carácter limpio, contundente y particular, Izel 11 se mimetiza extrañamente con el bosque que le permite aterrizar y enclavarse en él, dejando que el bosque siempre continúe sin toparse nunca con una esquina o con un muro franco. Y da forma a una arquitectura sumamente experimental y experiencial; experimentación que tiene menos que ver con perseguir un carácter rupturista que busque erguirse como un monumento estético, y mucho más con enaltecer esa experiencia de ser un visitante en ese contexto donde el verdadero protagonista es el bosque.