LL4167
“Una mujer vive en la casa, ella ha tomado su nombre”
John Hejduk
Los mundos exteriores son un reflejo de los interiores. Son representaciones que construimos interminablemente en la cotidianidad. Las huellas de todo aquello que emana luz o que proyecta sombra en nosotros, y que se concreta en nuestras realidades físicas.
Hacer arquitectura es un profundo ejercicio de conciencia. Es emprender una travesía introspectiva que nos lleva a cuestionarnos las ideas que se anclan firmemente en nuestra manera de pensar, de actuar y de ser. Y lo que es aún más arduo es que ese ejercicio de conciencia responde no sólo a la interioridad del propio arquitecto, sino más importantemente a la del habitante de la arquitectura que de este ejercicio resulte. En algún momento, con algo de constancia, voluntad y determinación, esa atmósfera que construimos es la que termina también por dar forma al universo interior de quien la habita.
Por eso nuestra tarea como arquitectos es importante, porque se trata de construir algo mucho mayor que los simples muros y bóvedas que lo conforman.
LL4167 es el resultado de uno de estos ejercicios. Uno donde los deseos, miedos y anhelos de su habitante estarían bien presentes desde la primera raya; donde la claridad, la mesura y la sencillez imperan sobre todo lo demás y donde existe un profundo respeto, casi una reverencia, por los objetos cotidianos, sus cualidades prácticas, su propia expresividad material, y lo que con ellos hacemos.
De color hueso y con una única ventana, la casa se materializa en su primera impresión como un cubo que se eleva sobre un muro de ladrillo y que se revela al abrir el portón. El muro cede en una pequeña esquina para adentrarse a una arquitectura que responde a un principio fundamental: la tríada. Quizá como un esfuerzo por mantener presente el simbolismo de lo divino, por recordar los componentes del propio ser - mente, cuerpo y alma -, las vicisitudes del tiempo presente, pasado y futuro, o las dimensiones mismas del espacio en su ancho, largo y alto. El tres representa lo pleno, aquello que está completo, el triángulo indeformable.
La tríada se conformará de manera no del todo evidente en tres vacíos: tres patios que ordenan no sólo la espacialidad misma de la casa sino las actividades que a sus alrededores suceden, y que a través de sus relaciones entre ellos y con la casa, preservan ellos mismos su propia esencia y simbolismo.
I Arribar
El primero es vestibular. El único que puede ser visto, aunque velado por una celosía de concreto, antes de entrar a la casa. Un pretexto para aproximarse. La celosía delimita el exterior-exterior del exterior-interior permitiendo una permeabilidad entre adentro y afuera, que será el principal componente del discurso de este patio: la ambigüedad, lo indefinido, lo mutable.
Una vez adentro, este patio, a cuyo contacto uno siempre se ve obligado en su recorrido por la casa, es el que detona por un lado el recibidor, habitado por una banca, una repisa y unos ganchos, donde uno se despoja de aquello que carga afuera de este universo; así como los rumbos: horizontales mediante un corredor largo que desplaza al que recorre la casa a lo largo de sus espacios; y verticales con las escaleras y el elevador que conectan ambos niveles
Es un patio de transiciones: donde cambiamos entre interior y exterior, afuera y adentro, o arriba y abajo. De aquí, de estas acciones, estos momentos, recibe este patio dos cosas:
La primera es el verbo que le da nombre: Arribar. Etimológicamente arribar es llegar a la orilla; venir, regresar, pero también partir e ir. Cambiar de medio entre la tierra y el mar, o quizá entre el cielo y la tierra, porque al entrar en este patio, de cortas dimensiones, la mirada inevitablemente se eleva hacia arriba. Como sucederá en tantas partes de esta casa.
El patio es una antesala. Un pequeño fragmento de lo que la casa intentará comunicarnos de maneras personales. Ya sea que esto sea el estado constante de la impermanencia y nuestra aceptación de ella, lo que cargamos con nosotros y dejamos afuera al cambiar de medio y adentrarnos en la casa - o quizá en nosotros mismos -, o lo que de aquí tomamos para llevar con nosotros al enfrentarnos al mundo.
De aquí viene la segunda cosa que recibe de esa transición: el analema. Un símbolo que toma lugar en el piso y que grafica el recorrido del sol a lo largo de un año, si registráramos su posición en el cielo todos los días a la misma hora y en el mismo lugar. Para recordarnos que incluso el sol se desplaza día con día, resultando ligeramente distinto del de el día anterior. Como el propio ser humano. Como nosotros mismos.
II Contemplar
Conforme el recorrido hacia el interior de la casa avanza un corredor central se despliega, ordenando por un lado los espacios a diestra y siniestra, y generando también una fuga poderosa que atraviesa toda la casa. De aquí se detona por un lado la biblioteca como una caja de madera con una doble altura que conecta espacialmente la casa con el nivel superior; y por el otro la cocina, que deriva también sobre el patio arribar, contenida por dos grandes puertas corredizas que la integran o separan del resto de la casa, y más importantemente, del segundo patio.
El segundo patio es meditativo y escultórico, detonado del corredor que conecta la casa y vinculado directamente con la biblioteca. Un patio de muros altos cuyos únicos habitantes permanentes son una banca y unas piedras. El patio contemplar.
La banca se yergue como punto culminante de una franja de grava que separa el resto de la casa del espacio central: un tablero de concreto dividido en nueve partes que resultan de la multiplicación del tres por sí mismo. En el nudo de líneas más alejadas de la biblioteca y del corredor se sitúa un hueco, perfectamente circular donde yacen las piedras y que se delinea por la siguiente frase :
Este patio busca a través de piedras, banca y piso, ensimismamiento, conversación con uno mismo y con los otros, paz y serenidad. Una plataforma que se separa de los muros que lo contienen para generar un lugar que flota aparte, desligado del resto del mundo. Un espacio para simplemente sentarse y contemplar. Un templo personal donde el cobijo de la arquitectura invite al abrazo de uno mismo.
III Estar
Al final del corredor, en el primer nivel, yacen las dos últimas áreas sociales - comedor y estancia -, mientras el segundo nivel reserva este lugar para la recámara principal, los tres en contacto con el tercero de los patios, llamado Estar.
En español, existe una pequeña diferencia con la mayoría de los lenguajes, que constituye por sí sola una gran riqueza: ser y estar son verbos separados. Y si bien ambas palabras proceden del latín, su origen y significado son evidentemente diferentes. Porque mientras la primera deriva de “sedere” - estar sentado -, la segunda proviene de “stare” - estar de pie. Diferencia tan sencilla y compleja a la vez.
Ser es un acto permanente, bastante inamovible y sólido, mientras que estar es mutable y cambiante, depende de las circunstancias y es dinámico. Para ser uno requiere convencerse a sí mismo, y eventualmente a los demás. Para estar uno requiere voluntad. Y mientras Ser es asumirse, Estar es comprometerse. Un acto vinculado inenarrablemente al presente.
Así es este tercero de los patios: Un lugar donde depositamos el anhelo de compartir, de disfrutar, de estar. Por eso se vincula con el comedor, con la estancia y con la recámara principal.
De la recámara principal, el patio es meramente el procurador del espacio para recibir la luz del sol en invierno, la que procede del sur. Para la cual se genera ese lugar en el espesor de una ventana, ese donde uno se sienta a leer o a mirar. Aquí la madera toma un lugar preponderante porque en esta recámara el mobiliario responde a los rituales cotidianos. A esos objetos que guardamos cerca de nosotros al dormir y al despertar para ayudarnos a iniciar el día, a culminarlo, o a transitarlo en algún momento fortuito de la mañana o de la tarde.
Del comedor, el patio estar es una extensión, un exponenciador, una mímesis que replica y fructifica un ritual tan cotidiano, ordinario y poético como compartir una mesa. Ya afuera o adentro.
De la estancia, es un mecanismo que descomprime. Un espacio que se flanquea por una repisa hecha especialmente para honrar la cotidianidad de los objetos a través de representaciones minúsculas, y que se techa por vigas de madera que remontan al alma de las viejas estancias mexicanas. Desde aquí, uno se libera a través de un ventanal alto, perfectamente enmarcado, que reescala la ventana opuesta y limpia que voltea sobre el patio contemplar, para desembocar sobre una acacia azul que algún día sombreará una tenue espiral engravada a sus pies, recordándonos que todo va, viene y da vueltas sobre sí mismo.
IIII Liberar
Y aunque son estos tres vacíos primordiales los que constituyen el principio rector a partir del cual se ordena toda la casa, existe un cuarto vacío. Uno que nunca se programó, que no existía dentro de los designios originales, pero que, como se ha mencionado al inicio de esta narración, conforme el edificio se va construyendo, construye éste también en nosotros una perspectiva diferente de nuestro interior. Una manera diferente de ver las cosas.
Separado completamente de la casa por un acceso secundario, un tercer nivel con una recámara-estudio toma su sitio. Y vale la pena hablar de este nivel porque aquí, más allá de los espacios destinados a ser habitados, en la región más cercana al cielo, sucede ese cuarto lugar cuyo único propósito inicial era el de techar lo que está debajo. Es justo aquí en estas azoteas, donde el recorrido termina, que se vuelve evidente que en esa neutralidad de volúmenes tan puros, hay algo que siempre sobresale: el cielo azul que la corona. Cielo al que, desde cada uno de los patios, uno siempre, inevitablemente levanta la mirada. Un lienzo infinito donde las posibilidades son interminables. Uno que nos libera de nuestras preconcepciones para transformarlas, destruirlas, y construirlas nuevamente.
Una casa contundente, de atmósferas suaves y cielo sobrecogedor, donde la madera clara, el concreto, el metal y los tonos hueso persiguen un estado de armonía, y donde cada detalle, cada diseño y cada mueble busca dignificar y enaltecer la cotidianidad. Una arquitectura sosegada y apacible que permite que sea el habitante, para el cual fue hecha, quien la llene de vida.
Colaboración narrativa por Rodrigo Carreón U.